9.12.17
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Desde hace varios meses, la universidad ha vuelto a ocupar el lugar central en la lucha por los valores de la República. La crónica de los incidentes relacionados con la ofensiva de extremistas habla por sí sola.
En la Facultad de Ciencias Políticas de París, fue creada una sección "Jean Moulin" del Frente Nacional. En la Universidad Lyon 2, en octubre, un coloquio consagrado a la islamofobia pretendía reunir a representantes de todo lo que la capital de las Galias abarca de despachos comunitaristas cercanos a los entornos fundamentalistas. En la Universidad de Limoges, un seminario anunciaba a bombo y platillo que le daría la palabra a Houria Bouteldja, portavoz del llamado Partido de los Indígenas de la República (PIR), sobre el libro que ha escrito, un panfleto plagado de racialismo y con un sinfín de provocaciones a los judíos. En la Escuela Normal Superior de Lyon, a escondidas de la presidencia del establecimiento, se había organizado un seminario "Clase/género/raza" entorno  a la Fatima Ouassak, teórica del PIR y autoproclamada especialista "del sistema escolar racista" en Francia.    

La respuesta que hay que dar a semejantes fenómenos debe ser precisa y firme.
Precisa porque no se trata de cuestionar las libertades académicas en el marco en que la investigación científica debe poder ser ejercida. Que algunos coloquios elijan cuestionar y amasar, con la mirada y la mano del investigador, nociones tales como las de "raza", "negacionismo", "islamofobia" o "interseccionalidad" es parte de la libertad e independencia de los docentes-investigadores, muchas veces reconocidos como principios contitucionales. Nadie tiene por qué temer que esos conceptos no puedan ser elaborados desde la razón, en absoluto.

Firme porque, considerando lo anterior, no se trata tampoco de dejarse engañar por el uso que extremistas de todo tipo pretenden hacer, desde siempre, de la universidad. Así fue cómo la vergonzosa tesis negacionista de Henri Roques pudo ser defendida, anulada in extremis, y únicamente por razones formales, ya que el tribunal no se había reunido de con regularidad. Así fue cómo la extrema derecha intentó hacer de una gran universidad de Lyon el laboratorio de sus experimentos ideológicos en el meollo del muy racialista Instituto de Estudios Indoeuropeos. Así es cómo a día de hoy el Islam político y sus defensores del "indigenismo" intentan forzar las puertas de nuestras facultades e institutos para predicar el odio, el racismo, el antisemitismo, la segregación racial y el etnicismo.

La comunidad académica se encuentra ante un importante desafío: el de no dejarse llevar por vías que deniegan nuestros valores e interrogarse permanentemente sobre la legitimidad de aquellos a quienes invita a participar en sus actividades. Houria Bouteldja no tiene ninguna legitimidad para expresarse en un seminario de investigación excepto si se considerara que el hecho de haber sacado un libro atravesado por el sesgo de la obsesión antijudía vale un título académico o algo similar. Abdelaziz Chaambi, vedette del coloquio abortado por la Universidad de Lyon 2, tampoco tiene ninguna legitimidad como académico, a menos que el hecho de ser buscado por la policía y de venir reclamando, desde 1989, la interdicción de Salman Rushdie sean elementos curriculares homologables a algún grado. Fatima Ouassak y su doctorado sobre el FMI, que desde luego no trata de cuestiones de clase, raza y género, para las que carece de competencias académicas, tampoco tiene ninguna validez a menos que sus artículos publicados en la página web de los Indígenas de la República teorizando sobre un supuesto "racismo de Estado" le valgan ante el Consejo Nacional de las Universidades.

La universidad es el universalismo. Renunciar a este ideal es asumir un riesgo letal para la cohesión nacional. Eso sería volver a debilitar el primado de los intelectuales en nuestro país. Sería entregar una parte de nuestros jóvenes a unos estafadores que buscan en la universidad el cobijo que les permita apagar la luz de la razón. La universidad no debe ni puede ser el próximo territorio perdido de la República.

Mario Stasi, Presidente de la LICRA
Traducción de F. Serra Lopes

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